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martes, 17 de diciembre de 2013

EL BURRITO QUE QUISO SER LADRÓN Por David Ojeda.

A Burrito le agradaba mucho tomar el sol delante de su casita en el invierno, y también guarecerse bajo su sombra cuando el sol calentaba el suelo. Había algo que no le gustaba. Ese algo era el trabajo. Burrito tenía que labrar su huerto, pues en éste crecían el forraje, las zanahorias y el grano que le servían de diario alimento. Exclamaba quejumbroso: ¡Qué desgracia ser pobre! Después, Burrito en tanto cavaba con el azadón, se quejaba: ¡Cuánto daría yo por hallar la manera de vivir sin tener que trabajar! En eso, su azadón tropezó con un objeto extraño, y dijo: ¿Qué es esto? ¡Caracoles! He aquí un viejo pistolón sucio y oxidado. Si en vez de este trasto acierto a encontrarme un cofre lleno de oro, ¡otro gallo me cantaría! Pero... ¿qué idea se me está ocurriendo? Este hallazgo me traerá la fortuna y ya no tendré que trabajar por el resto de mis días. Con este enorme pistolón en la mano tendré un aspecto terrorífico... De hoy en adelante seré ladrón. Salió Burrito muy contento empuñando el viejo pistolón, y se escondió detrás de la cerca, a la orilla del camino. — Ya viene mi vecino, Perro Pachón. Éste será la primera de mis víctimas. Se le acercó diciendo: — ¡Alto, don Perro! ¡La bolsa o la vida! El canino contestó: — ¿Eh? ¿Se ha enloquecido mi vecino? — Digo que la bolsa o la vida, como es usual en estos trances. Fíjese bien en este pistolón y tiemble, porque me va a tener que entregar todo su dinero. — ¿Cómo? ¿Robarme a mí? ¡Ahora verás! Y don Perro atacó decidido a Burrito, y en un instante le dio dos mordiscos: el primero en una pata, y el segundo en una oreja, y luego el señor Pachón continuó su camino. Luego, Burrito se lamentó, mientras cojeaba: — Creo que no he elegido con acierto a mi primera víctima, pero no importa. Me esconderé detrás del corral del hermano Ganso y esperaré. Por allí viene la señora Gallina Clueca. Se acercó a la señora Gallina, amenazante: — ¡Detente, Gallina Clueca, si quieres salvar el pellejo! ¡Entrégame todo tu dinero, en seguida! Cacareó la Gallina: — ¿Un ladrón? ¡Socorro! Las puertas de las casas empezaron a abrirse, y salieron afuera el Gallo, el Cerdo, el Ciervo, el Pavo y otros muchos vecinos armados con gruesos garrotes. Burrito, al apreciar su poca suerte, escapó corriendo a grandes saltos. Después de alejarse del sitio, murmuró: — ¡Qué Gallina más escandalosa! Iré donde no hay tantos alborotadores. En eso apareció la familia Micifuz y Burrito exclamó: — ¡Ajajá! Allá veo a la familia Micifuz. De nada les valdrá a esos cinco gatitos alborotar en estos lugares solitarios. Se les acercó amenazándoles: — ¡Alto, gatitos paseanderos! ¡Entréguenme al momento todo vuestro dinero! El Gato padre dijo: — ¡Es un ladrón! ¡Todos lanzaos contra él! Y los cinco gatitos se lanzaron contra Burrito arañándole en la cara, en el cuello, en las orejas, en el lomo, en el rabo y, en fin, en todo el cuerpo. Tanto se vio maltratado, que tuvo que huir. Y así caminando, vio un bulto vuelto de espaldas. Y advirtió: — ¡Eh, caballero! ¡Dése usted vuelta y apresúrese a entregarme todo su dinero, si quiere vivir! Pero se llevó tal susto Burrito, que quedó sentado en el suelo. Aquel bulto resultó ser el Perro Policía, quien cogiéndolo por el cuello, lo llevó a la cárcel, donde encontró a un ratón a quien le decía asombrado. — ¡Ay, Ratoncillo! Merezco este castigo por mi loca ambición. ¡A qué me metí de ladrón, si estaba tan bien labrando mi huerto! Así se lamentaba Burrito, arrepentido. Y Ratoncillo, que era amigo del Perro Policía, le contó todo lo que había oído. Y don Perro, bueno de corazón, perdonó el extravío de Burrito y lo dejó en libertad. Y dicen las crónicas, que desde entonces Burrito vivió contento en su casita, labrando su huerto y sin ambicionar la fortuna conseguida por medios ilícitos

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